El empresario londinense Lindsay Clegg contó la historia de un almacén que estaba vendiendo. El edificio había estado desocupado durante meses y necesitaba ser reparado. Los vándalos habían dañado las puertas, los vidrios estaban rotos, y el interior estaba lleno de basura. Clagg le mostró la propiedad a un potencial comprador y aclaró que se encargaría de reemplazar los vidrios rotos y de efectuar las reparaciones necesarias, además de mandar a limpiar el lugar. «Olvídelo», dijo el comprador. «Cuando compre este lugar voy a edificar algo diferente. No quiero el edificio sino el terreno».
Comparado con la renovación que tiene Dios en mente, nuestros esfuerzos por mejorar nuestras vidas son tan triviales como la limpieza de un almacén que será demolido. Efesios 4:22-24 dice: «Con respecto a la vida que antes llevaban, se les enseñó que debían quitarse el ropaje de la vieja naturaleza, la cual está corrompida por los deseos engañosos; ser renovados en la actitud de su mente; y ponerse el ropaje de la nueva naturaleza, creada a imagen de Dios, en verdadera justicia y santidad».
Cuando nos entregamos a Dios y somos suyos, la vida vieja queda atrás. Él hace todas las cosas nuevas. Lo que quiere es el terreno y el permiso para construir.
Dr. David Jeremiah
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